miércoles, 17 de mayo de 2017

TRAZOS

La vida son pequeños trazos que vamos dibujando.
Cuando somos pequeños pintamos garabatos, vivimos plenamente disfrutando de cada minuto , segundo, sin saber ni plantearnos como finalizarán los días, los meses y los años.
Según vamos creciendo en nuestros dibujos nos acompaña la fantasía, el colorido y las carcajadas de nuestro mundo interior, que nos hacen especiales, alegres, y nos dejan disfrutar cada detalle de la vida sin tensión.
En la adolescencia estos dibujos son más escasos... ya hay menos colorido, pero hemos perfeccionado la técnica del dibujo.

En la edad adulta la técnica es sobria y perfeccionista o al menos lo buscamos. Aunque ya no pintamos por placer, pintamos por supervivencia, por compromiso.
Solo cuando nos olvidamos de los prejuicios y la tensión volvemos a coger nuestras viejas pinturas y pintamos garabatos, monigotes abstractos, dibujos geométricos que hacen que nos relajemos.

Llega un momento en el que perdemos las pinturas y no dibujamos, estamos tan ocupados que no nos acordamos de hacer unos simples trazos.

Hasta nos creemos en el derecho de corregir a nuestros hijos al dibujar, queremos llevarles por nuestras lineas sin pensar que ellos tienen las suyas propias.

Cuando la sien se arruga y la mano tiembla, no somos tan críticos con los nuestros, nos emocionamos al verles llegar donde llegaron (sea donde fuere).
Pero cuando queremos volver a retomar nuestras pinturas de la infancia, esas que han estado a lo largo de toda nuestra vida junto a nosotros, nos falla el pulso y no somos capaces de agarrar con fuerza ese color para trazar una linea.
Entonces es cuando sucede algo mágico, algo sorprendente, alguien te abre la mano para darte una pequeña pintura, te ayuda agarrando tu mano a seguir ese trazo de color celeste.




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